La antigua Sefarad encontraba en la judería sevillana una
parte fundamental de sí misma. Las huellas de esta cultura, una de las más
relevantes que hayan pasado por la capital hispalense, tenían una de sus
mayores expresiones en el hoy Palacio de Altamira y su calle San José.
Un año fundamental para entender cómo se asentó la cultura
judía en Sevilla es 1248. En esta fecha, Fernando III de Castilla conquista la
ciudad y trae de otras ciudades, como Toledo, población judía, a la que considera
muy adecuada por su espíritu laborioso y emprendedor, además de para
repoblar y ayudar a rehacer la ciudad después de la guerra a la que
consecuentemente fue sometida la Sevilla musulmana.
Le proporciona a los judíos una zona de la ciudad para que
se establezcan, así como la cesión de tres de las mezquitas entonces existentes,
para que la transformen en sinagogas. En una de estas zonas se sitúa se sitúa
la céntrica calle San José.
La judería sevillana, la “última” de la que se tiene algo
más de conocimiento y una de las más trascendentes de la antigua Sefarad. En
los actuales barrios de Santa Cruz y San Bartolomé, Sevilla se encontraba amurallada
y contaba con puertas tan significantes para la historia de la ciudad como la
de la Carne, entonces llamada por los árabes Bab Al Yahuar (Puerta de las
Perlas), o también conocida como Puerta de Minjoar, nombre de una importante
familia judía que residía por la zona.
Si algún edificio hay que destacar de los lugares
colindantes a la Calle San José, es el Palacio de Altamira, situado en la Calle
Santa María la Blanca y uno de los monumentos que más recuerdos sigue
conservando de los judeo-españoles en Sevilla
Sabemos por las investigaciones arqueológicas, que en el
solar que hoy ocupa el Palacio de Altamira existió en época almohade, a través
del hallazgo de una construcción que se identifica como una vivienda. De su
entorno se conoce una mezquita, unos baños y un pequeño zoco, lo que indica que
a su alrededor se desarrollaba una intensa vida urbana.
Poco después, una vez expulsados los vencidos almohades, la
zona pasa a ser la Aljama o barrio judío, participando también sus habitantes
de forma intensa en la vida comercial y económica de la ciudad, así como en las
necesidades del Reino de Castilla. Como muestra de ello sabemos que el cargo de Contador
Mayor y Almojarife (tesorero) del reino, estuvo en manos de personajes judíos
de gran relevancia, como D. Yucaf Pichón (cuya historia queda íntimamente
ligada a los sucesos de 1391), que habitaron las ricas casas halladas en este
solar. El asalto a la judería del 6 de Junio de 1391, propició que
estos terrenos pasaran a manos del Justicia Mayor de Castilla, Don Diego López
de Estúñiga, que levantó sobre ellos el edificio que existe en la actualidad
tras haber sido rehabilitado.
Durante los trabajos de rehabilitación e investigación, han
aparecido elementos arquitectónicos como restos de artesonados, columnas,
capiteles, etc. Restos que datan de entre los siglos XIV al XVII y que
nos hablan de la riqueza del trabajo de madera dentro del arte mudéjar
sevillano en artesonados, entre los que se encuentran los que conforman la más
variada y extensa colección conocida de elementos de carpintería medieval, no
superada por ningún museo de Europa. Así pues, podemos destacar las grandes
járcenas talladas con epigrafía coránica, del siglo XIII, y que son, por sus
características, únicas en el mundo.
Este edificio hoy también atesora restos de frisos de
yesería policromada, pinturas murales, alicatados del pavimento, zócalos,
umbrales y fuentes. Algunos de estos restos son producto de las excavaciones de
las viviendas judías de tiempos del Rey Don Pedro I (siglo XIV) y otras
procedentes del gran edificio mudéjar que sobre ellas edificó el Justicia Mayor
de Castilla después del 1391, quién mandó construir el actual Palacio de
Altamira, teniendo como referencia la importante imagen que proyectaba en la
ciudad los Reales Alcázares. Desde estos primeros momentos, este importante
palacio situado en la zona judía tenía dos partes diferenciadas, una pública y
otra privada, cada una con sus respectivos patios. Una muestra más de su afán
por parecerse a los Reales Alcázares.
Son estos patios lo que siempre llamó la atención del
Palacio de Altamira. En el conocido como patio menor sobresalían los fustes y
capiteles que enlazaban tres épocas importantes para la capital hispalense:
romana, califal y almohade. Además, también se podían encontrar restos
mudéjares como alicatados o yeserías.
Junto a este patio se encontraban la Qubba o Salón del
Trono, un ejemplo de las diferentes estancias públicas situadas en el recinto.
Además, hay que añadir que la segunda planta del palacio no se construye hasta
el siglo XVII y fue fruto de la necesidad de crear un salón oratorio. Lugar
junto al cual se situaban los aposentos del Duque, que a su vez tenía vistas
hacia los grandes jardines y huertas con los que contaba el palacio, y que hoy
forman parte del recuerdo, aunque sí que se conservan algunos restos expuestos
en el museo y que fueron encontrados tras las excavaciones arqueológicas que se
realizaron.
Este importante palacio judío, que desde el 8 de noviembre
de 1990 es reconocido como Patrimonio Histórico de España, estuvo sometido a
una rigurosa labor de restauración y rehabilitación durante la última década
del pasado siglo XX, y en la actualidad aloja a la sede central de la
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
La Calle San José y el Palacio de Altamira se convierten así
en partes fundamentales de la que fuera una de las juderías más relevantes de Sefarad, y
una muestra más de que las huellas que dejó la cultura judía en Sevilla están
lejos de borrarse.
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