(Columna de Be Sepharad, 02 dic 2015)
Cinco siglos después en España se está cerrando una
herida, resolviendo un episodio de nuestra historia como el de la expulsión de
los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1492, mediante la aprobación de
la ley que permite a los sefardíes obtener la nacionalidad española. El rey
Felipe VI, en el día de ayer, ha mostrado su alegría por sancionar dicha ley
como Jefe del Estado en un acto solemne con representantes de las comunidades
judías españolas.
Este reconocimiento encarna un viaje de vuelta a casa
de un pueblo que pudo haber tenido sus primeros contactos con la Península
Ibérica durante el primer milenio a.C. y del que se tienen evidencias
contrastadas de su presencia en época romana.
La vida de los judeoespañoles nunca fue fácil, pero no
por ello dejaron de contribuir a la cultura y a la vida de la tierra en la que
vivían. Hubo momentos de relativa tolerancia e integración, como en los
primeros siglos de al-Andalus, donde los judíos germinaron una cultura hebrea
propia y destacaron como científicos, poetas y visires, situación que se vio
truncada con la llegada de almorávides y almohades. En los reinos cristianos,
durante la Baja Edad Media, siguieron siendo bien valorados intelectualmente y
ocupando cargos importantes en la corte, pero la presión de la Iglesia no
cesaba sobre los judíos para que se convirtieran al catolicismo, y el sentir
popular hizo de ellos el chivo expiatorio contra quienes dirigir la ira en
momentos de tensión. Durante el pogromo que tuvo lugar en 1391 muchos judíos
fueron forzados a la conversión, suponiendo que estos cristianos nuevos
estuvieran bajo el punto de mira por la sospecha de que mantuvieran su religión
en secreto, hecho que motivó la aparición de la Inquisición en 1478.
En 1492, los judíos expulsados y dispersados a lo
largo y ancho del Mediterráneo encenderían en el alma de sus descendientes el
anhelo por volver a la que había sido su tierra, a la que ellos habían llamado
Sefarad. Es por ello que hoy día todavía pervive el sentimiento de los
sefardíes por volver a sus orígenes. Leyes y gestos como el de hoy favorecen la
cura de esa herida, y proyectos como Be Sepharad hacen posible el encuentro con
una cultura que forma parte de nosotros.
En palabras del Rey, los hemos echado de menos, claro
que sí, y nunca llegaremos a saber el valor incalculable de la pérdida a todos
los niveles que, como pueblo, hemos sufrido los españoles por la marcha forzada
de los judíos sefardíes.
Nos queda, eso sí, el consuelo y la esperanza en un
nuevo futuro, y el hecho de asistir en primera persona al momento histórico en
que como pueblo reiniciamos nuestra andadura por la Historia, contando con unos
españoles a los que de nuevo se les han abierto unas puertas que nunca
debieron ser cerradas, por el bien de ellos, y por el del resto de los que
conformamos la España de hoy, la nueva Sefarad.
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